Una informativa canción sintetiza en cinco minutos la conspiración para encubrir los ataques del 11 de septiembre del 2001; su autor, «ElMeroSer», ha desaparecido de Internet, generando sospechas de que ha sido censurado o hasta ultimado.
La intención de Facebook y Google de acabar con el anonimato digital oculta una serie de intereses económicos y atenta contra la libertad individual de recrearse a través de la magia del nombrar.
Una de las cosas que hizo en su origen al Internet un espacio tan atractivo y liberador fue que dentro de la Red las personas podían ser otras. Con un poco de inventiva alguien podía escapar de su pasado psicológico, de sus traumas y estigmas, y reconstruir su identidad como un otro, en un juego psicomágico en una casa de bits y espejos. Usuarios de foros y redes sociales incipientes podían así proyectar una personalidad al mundo y a través de ella transformar su propia personalidad —de esta forma personas socialmente marginadas (como los geeks) encontraron una especie de redención, y bajo la máscara de su nueva identidad, pudieron por fin ser ellos mismos y mostrar su verdadero ser: inteligente, sensible, etcétera. El poder del nombre es que confiere realidad, y un seudónimo crea una nueva realidad. Nombrar también es conocer y controlar; saber el nombre de alguien es un acto de poder.